Hoy es la octava de Pascua, fiesta central de todo el año litúrgico. Tenemos cincuenta días hasta Pentecostés, para descubrir y experimentar que Jesús es nuestra paz, que su bondad no se ha ido a pesar de nuestros miedos. Señor, necesitamos tu misericordia en el corazón para descubrirte en los que sufren, en los tristes, en los que viven la guerra y la violencia. La paz que nos prometiste desde tu resurrección no es reconocida y practicada. Tal pareciera que hemos olvidado el compartir, escuchar, y vivir en paz de mu-tuo acuerdo, por el bien común.
Los apóstoles estaban encerrados por miedo a los judíos. A puerta cerrada, escondidos. Jesús penetra esas puertas y se muestra a ellos brindando su paz. Les dice que no estén angustiados, que ha vencido la muerte, el pecado y que en adelante todo va a ser nuevo. Esa misma paz es la que Jesús nos desea a nosotros ahora. Con la fe, que profesamos desde el bautismo, po-demos seguir adelante, sin miedo, con valentía, venciendo los obstáculos de la vida que nos impiden estar cerca de Dios. El Santo Papa Juan Pablo II dijo: “Jesucristo es la respuesta defin-itiva a la pregunta sobre el sentido de la vida y a los interrogantes fundamentales que asedian hoy as tantos hombres y mujeres” (Ecclesia en América, n. 10). Es la paz de Cristo la que nos ayuda a vivir serenos a pesar de todas las inseguridades.
¡Señor, gracias por tu paz!
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