Recuerdo, como si fuera hoy, el principio de la pandemia, y como el Papa, obispos, párrocos y catequistas nos invitaban a orar por el fin de la pandemia. Luego, a principio de este año surgió otro urgente pedido de orar sin cesar por el fin de la guerra en Ucrania y por otros países donde la violencia es el pan de cada día. Necesitamos paz, vivir con tranquilidad, como derecho de la persona. Dios da la paz y nadie tiene derecho a quitarla por simple capricho. La paz se obtiene cuando el corazón de la persona está en armonía consigo mismo. Por lo tanto, el reto de este domingo es iniciar nuestra relación con Dios por medio de la oración.

Demos una miradita a nuestro mundo. ¿Qué vez? ¿Qué escuchas? ¿Qué haces? Caemos en la cuenta de la situación política, social, económica y religiosa que nos rodea. Guerra, hambre, miles de personas sin hogar, niños y niñas sin educación, ancianos sin cuidado y sufriendo las consecuencias de tanta injusticia. ¿Se parece nuestro tiempo en algo a los tiempos de Jesús? La segunda Carta a Timoteo nos dice: “predica la Palaba, insiste a tiempo y a destiempo, rebatiendo, reprendiendo o aconsejando, siempre con paciencia y dejando una enseñanza” (2 de Timoteo 4,2). Esto no significa que debemos ir por la calle predicando a gritos la Palabra de Dios. Esto quiere decir que cada uno de nosotros tiene un compromiso misionero hacia los demás.

El ser agradecido trae nuevos beneficios, el saber dar gracias es una gracia de un corazón que sabe que necesita de Dios y de los demás. Hay perso- nas que saben agradecer cuando les haces un fa- vor, de alguna manera dan las gracias. ¡Qué gran satisfacción! Sin embargo, hoy al final del relato del Evangelio, Jesús se sorprende que solamente uno, de los diez leprosos que sanó, regresa para darle las gracias. “¿No han sido sanados los diez? ¿Dónde están los otros nueve? ¿Así que ninguno volvió a glorificar a Dios fuera de este extranje- ro? Y Jesús le dijo: Levántate y vete; tu fe te ha salvado” (Lucas 17,17-19).

Oh, si tuviéramos fe como un granito de mostaza, la vida sería completamente diferente. Seguimos, igual que los apóstoles, preguntando a Jesús sobre el aumento de la fe. Era la misma situación entonces que ahora. “La fe comparable al grano de mostaza es una fe que no es orgullosa ni segura de sí misma, ¡no pretende ser un gran creyente haciendo el ridículo en algunas ocasiones! Es una fe en su humildad siente una gran necesidad de Dios y, en la pequeñez, se abandona con plena confianza a Él. Es la fe la que nos da la capacidad de mirar con esperanza los altibajos de la vida, la que nos ayuda a acepta incluso las derrotas y los sufrimientos, sabiendo que el mal no tiene nunca, no tendrá nunca la última palabra” (Papa Francisco).